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sábado, 6 de abril de 2013

Pregón Semana Santa 2013 Calzada de Calatrava a cargo de D. Manuel Ciudad Ruiz

Pro-Semana Santa, Hermanos Mayores de las distintas Hermandades, Presidente de la A.C. Armaos, familiares, amigos, calzadeños, buenas noches. Antes de nada debo expresar mi sincero agradecimiento por el honor que me habéis hecho al haber pensado en mí para dar el pregón de la Semana Santa de este año 2013 y pediros disculpas anticipadas si en este pregón caigo en lugares comunes, pues ya va resultando difícil ser original considerando que se vienen realizando pregones de forma ininterrumpida desde 1995 hasta hoy.
Además del acto del Pregón, muchos otros hechos anuncian la Semana Santa, hechos que se oyen, se ven y se huelen, que están en el ambiente. Desde el primer día de la Cuaresma el sonido de la bocina y de las campanillas del pecado mortal se deja oír por las calles del pueblo. Abramos aquí un paréntesis para decir sobre la bocina que este instrumento se toca en otras localidades españolas durante la Cuaresma y la Semana Santa, casi siempre asociada a cofradías de Nazarenos. Se menciona por primera vez en Calzada en 1843, con motivo de la primera procesión de Semana Santa que se celebró tras la Primera Guerra Carlista, quizá incorporada como novedad tras el parón que supuso la guerra en las celebraciones de Semana Santa. Sobre su significado se han dado diversas interpretaciones: que se hace para recordar el paso del reo hacia el patíbulo, lo que recordaría además, el camino de Jesucristo hacia el Calvario por la Vía Dolorosa de Jerusalén; que sale en las noches de la Cuaresma para recordarnos que estamos en tiempo de ayuno y preparación de la Semana Santa; y que no tiene ningún sentido litúrgico, sino que deriva de las bocinas romanas que se tocaban encabezando sus desfiles. Sobre el pecado mortal también se han dado diversas interpretaciones, aunque el único testimonio en el que se aprecian ciertas analogías aparece en las Ordenanzas de la Hermandad de El Salvador del Mundo de 1760, según las cuales los cofrades pedían limosna durante todo el año para encargar misas para los que estaban en pecado mortal. Para ello, la Hermandad compró dos campanillas y dos faroles. Pero retomemos el discurso, se oye también, el sonido de las cornetas y tambores de las bandas que ensayan todas las tardes en el convento. Además, la Semana Santa va siendo objeto de las conversaciones de los calzadeños, cada vez con mayor frecuencia a medida que se acerca la fecha: sobre los preparativos, sobre los familiares que vendrán a pasar las fiestas con ellos, sobre hechos ocurridos en semanas santas anteriores, y en todas se percibe la ilusión por la Semana Santa que se avecina. También, vemos, como las mujeres calzadeñas se aprestan a adecentar sus casas: a pintar y limpiar fachadas,  puertas y ventanas, especialmente si por sus calles pasan procesiones, y en el interior a sacar y airear túnicas, a repasar botones, bajos y galones, a poner añadidos, disimulados con flecos y más galones, si los que las van a usar han crecido y les queda corta la túnica. Vemos igualmente desfilar a los armaos por las calles del pueblo, ensayando con todo el aire marcial posible, vestidos de civil pero con las picas al hombro. La Semana Santa también se huele: a virulios, a flores, a rosquillos y a enaceitados, que hay que tener listos para cuando lleguen las fiestas, y hay que hacer en cantidades ingentes, para los de casa, para agasajar a los que nos visitan y para que se lleven los familiares que habitualmente viven fuera del pueblo. Recuerdo a mi madre y a mis tías (todavía lo hacen), sentadas en sillas bajas amasando y friendo rosquillos y barquillos junto a barreños y ollas a rebosar con los que ya habían elaborado: - ¿por qué hacéis tantos?, era la inevitable pregunta. – Porque hay que repartir, somos muchos y además, os tenéis que llevar, era la también siempre la misma respuesta, y a uno le daba la sensación de que por muchos que fuésemos íbamos a estar comiendo rosquillos hasta que llegase el Corpus.
Mientras esto ocurre en las casas, en la parroquia los sacerdotes se afanan en quinarios, administración de los sacramentos de la confesión y la Eucaristía, viacrucis y misas, que preparan las almas de los fieles para las Semana Santa. El Jueves de Dolores los niños del pueblo trasladan la imagen de la Virgen de la Soledad, en lo que viene a constituir la primera “procesión”, aunque extraoficial de la Semana Santa calzadeña. Por último, al día siguiente tiene lugar el viacrucis con la Virgen de los Dolores, a la espera del Domingo de Ramos y de celebrar ya la primera procesión de la Semana Santa.       
Hagamos ahora un poco de historia si bien con carácter breve por razones de tiempo y oportunidad, advirtiendo que quedarán fuera muchos aspectos y remitiendo a aquellos que deseen saber más a los trabajos ya publicados por Andrés Mejía Godeo, Cofradía Esclavitud de Nuestro Padre Jesús de Nazareno, y de Juan Zapata Alarcón y Enrique Herrera Maldonado, Pasos, Procesiones y Cofradías.
Con anterioridad al Concilio de Trento (celebrado entre 1545 y 1563), las celebraciones asociadas a la Semana Santa se limitaban a los oficios divinos, la obligatoriedad de recibir los sacramentos de la confesión y la Eucaristía y a la práctica de la caridad, así como a la realización de determinados actos simbólicos, en realidad limitados a los ámbitos eclesiásticos y cortesanos, como la representación de ciertas escenas de la pasión o la construcción y adoración de los efímeros monumentos de Semana Santa, que más tarde se popularizaron. A este respecto sabemos, por ejemplo, que los freiles calatravos durante la Semana Santa ayunaban, recibían los sacramentos señalados, y el día del Viernes Santo adoraban descalzos la Cruz. Será a raíz del Concilio de Trento, como consecuencia de la afirmación del culto a las imágenes y del intento de la Iglesia católica por excitar la piedad de los fieles popularizando los modelos artísticos y mostrando con toda sus crudeza las escenas de la Pasión, cuando comiencen a desarrollarse las celebraciones asociadas a la Pasión de Cristo tal y como hoy las conocemos. Las primeras cofradías penitenciales aparecen en tierras manchegas en el último cuarto del siglo XVI, debiendo de esperar algunos años para contemplar el nacimiento de la primera cofradía pasional calzadeña, la Hermandad de la Santa Veracruz, los actuales “blanquillos”, cuya existencia se documenta ya en 1614. Esta cofradía procesionaba en principio únicamente el día del Jueves Santo con las imágenes del Cristo atado a la columna y de Nuestra Señora de La Soledad, encabezando la procesión un guión negro portado por el alférez de la Hermandad y, como hoy en día, un Cristo pequeño sobre cruz alta. Además, existían escuadras de disciplina, que se azotaban en determinados lugares del recorrido de la procesión. Fuera de la Semana Santa la Hermandad realizaba los días 2 y 3 de mayo una serie de actos en torno a la festividad de la invención de la Santa Cruz, con víspera, misa y procesión, que se celebraba por la tarde. Ese mismo día, tras la procesión, la Hermandad celebraba un ofertorio. Pocos años después debió de fundarse la segunda cofradía pasional calzadeña, la Cofradía Esclavitud Nuestro Padre Jesús de Nazareno, los actuales “negrillos”, sin que podamos determinar con exactitud la fecha de su creación, siendo además las primeras noticias documentales conservadas de fecha tan tardía como es el 14 de marzo de 1672, cuando el Consejo de la Gobernación de Toledo aprobó sus ordenanzas. La cofradía tenía también dos días de fiesta: en la Semana Santa el día de Viernes Santo, con función, sermón y procesión matinal, donde salían los pasos de san Juan y de Nuestro Padre Jesús de Nazareno, y fuera de la Semana Santa el primer día de Pascua del Espíritu Santo, con vísperas, tercia, misa y sermón, realizando un ofertorio el día uno de enero. Rasgos comunes de estas hermandades y de otras que fueron surgiendo en el ámbito castellano, fueron el carácter asistencial hacia los cofrades, velándoles en la muerte y asegurándoles un entierro digno; la práctica de la caridad, sancionada en las propias ordenanzas de las cofradías; y la inclusión en las mismas de secciones de soldadescas, que darán lugar a las actuales bandas de armaos, aunque en su mayor parte fueron suprimidas o reducidas en número dada la tendencia de estas secciones de soldadesca a embriagarse, tratando supuestamente de emular el carácter que se atribuía a las tropas romanas.
Así permaneció nuestra Semana Santa hasta que casi un siglo después la Hermandad del Santísimo Cristo del Salvador del Mundo (refundada en 1760), se unía a la Semana Santa calzadeña y a partir de 1765, tras la función con sermón de la Pasión, procesionaría el Viernes Santo por la tarde con las imágenes de la Verónica, del antiguo Cristo Salvador del Mundo, del Descendimiento, del Sepulcro, de la Piedad y de Nuestra Señora de la Soledad que se incorporó a esta Hermandad. Aún habría un nuevo cambio en las celebraciones antes de acabar el siglo, pues en 1777 el rey don Carlos III de acuerdo con los principios de la Ilustración, prohibió los azotes de los disciplinantes en las cofradías de la Veracruz. Como consecuencia y para paliar la pérdida de dicha tradición la cofradía adoptó nuevos pasos y representaciones de la Pasión, desarrollándose a partir de entonces al amparo de los padres capuchinos que habitaban el convento las representaciones del Vendimiento y el Prendimiento, y quizás, valga sólo como hipótesis, el juego de las caras,  representación del sorteo entre las tropas romanas de las vestiduras de Jesús que se popularizaría hasta el extremo de convertirse en lo que conocemos hoy, del mismo modo que las luchas de gladiadores que tanta pasión levantaban entre los romanos comenzaron en época etrusca siendo luchas de dos esclavos ante la tumba de un ilustre fallecido para honrar a éste. Sea este o no su origen, lo cierto es que no podemos afirmar ni cuando empezó ni que sea autóctono de Calzada de Calatrava, pues con el nombre de Juego de las Chapas se juega en ciertas zonas de Tierra de Campos, en Valladolid con unas normas similares a las nuestras, incluso existe un baratero con dicho nombre y se anulan las tiradas al grito de “barajo” (aquí “badajo). Este juego también está vinculado a la Semana Santa (aunque se permite durante tres días: Jueves, Viernes y Sábado Santos), además de a los días de las fiestas patronales de las localidades donde se celebra, estando incluso regulado por una ley autonómica de la Junta de Castilla y León desde enero de 2002.
Pero retomemos el discurso. Ya en el siglo XIX, la epidemia de cólera morbo que asoló la población en 1834 y la I guerra carlista que se desarrolló entre 1836 y 1839, también trágica para el pueblo, afectaron muy negativamente la Semana Santa, al quedar las cofradías diezmadas. Así, “los negrillos” por ejemplo, hubieron prácticamente que refundarse en 1843, año en que se reanudaron las celebraciones de Semana Santa tal y como se conocían. En 1847, como consecuencia de la retirada de la Hermandad del Salvador del Mundo de los actos de Semana Santa, la Cofradía Esclavitud de Nuestro Padre Jesús Nazareno asumió la procesión del Viernes Santo por la tarde, así como los pasos del Descendimiento, Entierro y Nuestra Señora de la Soledad, paso éste último que cedió a la Hermandad de la Veracruz en 1856. Por lo que respecta a la imagen del Cristo crucificado no fue la del Salvador del Mundo, sino la del Cristo del Sagrario, cedido por esta hermandad.
Del siglo XX cabe destacar la creación de una banda de cornetas y tambores para la sección de “armaos”, que se estrenó en 1929. Durante la triste Guerra civil de 1936 a 1939, justo cien años después de la primera interrupción también a casusa de otra guerra civil, los actos de la Semana Santa calzadeña quedaron suspendidos, reanudándose oficialmente en 1940. Para paliar la destrucción de numerosas imágenes, en los primeros años tras la guerra y hasta que se adquirieron otros nuevos, los pasos eran vivientes, representados por los propios cofrades. El año 1943 trajo como novedades la celebración de la procesión del Silencio a partir de las 12 de la noche y la celebración conjunta por las dos cofradías de “negrillos” y “blanquillos” de la procesión del Domingo de Ramos. Dos años después desaparecía el acto de desclavar al Cristo para meterlo en su urna en la procesión del Santo Entierro, debido a los daños que se ocasionaban a la imagen, y en 1948 se fundaba de forma oficial la Cofradía de Esclavas de la Dolorosa. En abril de 1955 se celebraba la primera procesión conjunta de las hermandades calzadeñas el Domingo de Resurrección. También en la década de los 50 comienza a instaurarse la costumbre de obsequiar con limonada y dulces después de los oficios el días de Jueves Santo, origen de popular charco actual. De especial importancia fue el año 1957, ya que una nueva cofradía, la de la Santa Cena se incorporó a la Semana Santa calzadeña, a cuyo amparo se intentaría dos años después constituir la cofradía de Nuestra Señora de la Esperanza, aunque  no se llegaría a buen puerto. En 1985, como consecuencia de la separación de la cofradía madre de Jesús  Nazareno, nació la Asociación Cultural Sección de Armaos, que procesionó por primera vez como tal en 1986, año en el que una nueva cofradía vino a sumarse a nuestra Semana Santa, la de Nuestra Señora de la Esperanza. Hay que señalar, también, la creación por parte de las distintas cofradías de sus propias bandas de cornetas y tambores a partir de la década de los 90, y la recuperación de la tradición de llevar alguna imagen, en concreto la de Jesús Cautivo, en andas como durante siglos hicieron los cofrades calzadeños con todas sus imágenes, luego sustituidas por carrozas en los años 50 debido al elevado número de cofrades requeridos para llevar los pasos, cada vez más grandes de la Semana Santa. Por último, no podernos dejar de reseñar la declaración en 1996 por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha del juego de las Caras de interés turístico regional.
Durante todo el largo periplo aquí resumido fueron infinidad los oficios y actos litúrgicos realizados y los sermones pronunciados; se restauraron imágenes deterioradas y se adquirieron otras nuevas para sustituir a las pérdidas por diversas causas y para añadir a las ya existentes; también se renovaron túnicas y ornamentos de todo tipo; se crearon, como ya hemos visto, cofradías y procesiones nuevas, y con ellas se crearon y cambiaron itinerarios; aparecieron bandas de cornetas y tambores; y aparecieron y se consolidaron actos que hoy son tradiciones, como el Vendimiento, el Prendimiento, la guardia ante el monumento o la búsqueda del Resucitado por las iglesias del pueblo que realizan de los “armaos”. También surgieron y se superaron crisis de diverso tipo, unas pequeñas, y otras sin embargo, tan grandes, que pusieron en peligro la existencia de alguna cofradía e incluso de la celebración de la propia Semana Santa. Con todo, los calzadeños han sabido siempre a lo largo de la historia no solo superar dichas crisis sino incluso crecer con ellas hasta conseguir una Semana Santa tan magnífica como la conocemos hoy. Debemos reconocer en este sentido la labor de la Junta Pro Semana Santa, resurgida entre 1994 y 1995, cuya labor ha sido fundamental para el resultado señalado, pero sobre todo hay que reconocer la labor de miles de calzadeños que a lo largo de la historia han demostrado su amor por la Semana Santa, participando activamente en la misma de distintas maneras.
Personalmente me incorporé a este devenir con una túnica prestada en el año 1971, cuando tenía ocho años de edad, siendo mi tío Ángel Ruiz Valencia hermano mayor de los negrillos. Lo hice ilusionado, imitando a mis hermanos mayores, Jesús y Andrés, como en su día lo hicieron ellos siguiendo el ejemplo de mis tíos Antonio, Fortuna y Máximo. Salí por primera vez en procesión bajo el padrinazgo de esa gran humanidad que fue mi tío José Ruiz Valencia, gran negrillo y verdadero apasionado de la Semana Santa, de quien no me separé en todo el recorrido de la procesión.
Me gustó, tanto que a partir de entonces quise vestirme todos los años, lo que no siempre fue posible por no poder conseguir en ocasiones que me prestaran una túnica, hasta que ya con diecisiete años y en vista de mi afición, mi madre y mis tías decidieron hacerme una, la misma que desde entonces hasta hoy visto con orgullo de lo que representa y con un enorme cariño por las manos que la hicieron: las de Petra, mi madre, y las de mis añoradas tías Antonia y Lola, sin olvidarme de las de mi tía Milagros y las de prima Esperanza, que entre todas, en la calle Redondilla nº 12 de Madrid, tomaron medidas, sacaron patrones, cortaron la tela y la cosieron y pusieron forro, galones y botones.
Recuerdo con cuanta ilusión y ganas esperaba la llegada del Domingo de Ramos para ponerme la túnica en la primera procesión de la Semana Santa y la espera hasta la noche del Miércoles para salir de nuevo en la del Silencio. Pero de esa etapa de juventud recuerdo especialmente las madrugadas del Jueves al Viernes Santo. Noches en vela que no en blanco, con mi hermano Jesús, mi primo Antonio y Gonzalo, amigo de todos. Para qué te ibas a acostar si luego tenías que levantarte enseguida para ir a la procesión acompañando al Nazareno a su encuentro con la Verónica camino del Calvario. No era entonces esta procesión  tan multitudinaria como ahora y éramos muy pocos los que nos dábamos cita en el convento para asistir a la subasta. Recuerdo las ocasiones en que junto con mi hermano, mi primo y Gonzalo nos quedamos con el pendón, o con los faroles y el orgullo que me producía llevarlos. Madrugadas frías, reconfortadas por una breve escapada, aunque esté mal hacerlo, a la “pililla” de Angelito el pastelero, primo de mi padre, donde con un poco de vino añejo y algún pastelillo de los que él elaboraba se te entonaba el cuerpo. Luego las caras, y a vestirse otra vez para la procesión del Santo Entierro, que con el tiempo se ha convertido en mi preferida. El sábado al campo, con los amigos, al aire libre si el tiempo es bueno, o apretados dentro de alguna cocina alrededor de la lumbre si llueve, pero siempre con alegría y risas, buena comida y buen vino. Y al día siguiente la procesión del Resucitado, la última de la Semana Santa. Se vive esta con un sentimiento extraño, mezcla de alegría por lo que significa y tristeza por el final de la Semana Santa. No puedo dejar de evocar aquí al maestro Carmelo, dirigiendo a la banda de música en el último pasacalle, con la satisfacción saliéndose por los poros de la piel mientras la banda atacaba los compases de “Paquito el chocolatero”. También, el intento, infructuoso, de alargar la Semana Santa prolongando todo lo posible el último charco. Pero acababa esta y se comenzaba ya a soñar con en la siguiente, que parce que los calzadeños fechan sus años no por el nacimiento del Salvador sino por su muerte y resurrección. Acababas la Semana Santa molido, hoy desgraciadamente más que entonces, pero con la cabeza nueva. Han pasado unas cuantas Semanas Santas desde que estrené mi túnica hasta hoy. Es verdad que desde hace tiempo ya no me quedó en vela las noches del Jueves al Viernes Santo, e incluso, lo confieso, que ya no me visto en todas las procesiones. Sin embargo, sigo esperando la llegada de la Semana Santa con la misma ilusión que siempre y que aunque lo haga en menos ocasiones me sigue gustando, y mucho, ponerme la túnica y salir en procesión.
Quiero contaros, igualmente, que desde el año 1980 en que estrené la túnica hasta hoy he visto como se incrementaba en mi familia la pasión por la Semana Santa: primero fue mi hermana Cari, que también se hizo una túnica y comenzó a salir en procesión; luego mis sobrinos: Jimena, Oscar, Juncal, Jesús, Mercedes, María y Álvaro; siguió a estos Lourdes, mi mujer; y finalmente mi hijo, Jorge, que se vistió por primera vez en procesión hace casi diez años cuando aún no tenía seis meses de edad, montado en carrito de bebé chupete en ristre, con una túnica de negrillo que medio en broma propuse hacer a mi madre. Acogió la idea con verdadera ilusión mi recordada tía Ezequiela y la secundó mi prima Esperanza, aunque no sin cierta dosis de escepticismo. Finalmente se hizo la túnica y desde entonces Jorge se viene vistiendo de negrillo regularmente hasta hoy. Ni que decir tiene que me siento también orgulloso de que mi hijo continúe con la tradición, y que espero que con el tiempo también lo hagan sus hijos.
Más que en cualquiera otra fiesta religiosa del año quizás sea la Semana Santa la que más sentimiento religioso despierta en los calzadeños, incluso por encima de la Navidad, quizás excesivamente comercializada. Dejemos, eso sí aparte, la fiesta del Salvador del Mundo.
No voy a hacer aquí ningún panegírico sobre las imágenes y lo que estas representan. Otros pregoneros que me precedieron ya lo hicieron y seguramente mejor de lo que lo podría hacer yo. Tampoco pretendo relatar los sentimientos íntimos de los calzadeños, en realidad sería imposible, pues solamente el que va dentro de cada capillo o contempla desde las aceras el paso de las procesiones saben lo que pasa por sus cabezas y por sus corazones. Por otra parte es seguro que cada uno tiene, además, sus propias preferencias y devociones hacia unas imágenes u otras. Permitidme que a cambio señale  a modo de símbolos dos momentos que creo de especial intensidad emotiva dentro de nuestra Semana Santa, aunque cada uno puede tener los suyos particulares.
El primero de los momentos a los que me refiero corresponde a la procesión de Jesús Cautivo, donde el sentimiento se plasma en el silencio respetuoso que se produce al paso del Jesús. El segundo de los momentos corresponde a la procesión de Nuestra Señora de la Soledad, imagen que aunque perteneciente a la cofradía de la Veracruz su devoción es compartida por todos. No cabe duda de que la plasticidad de ambos momentos ayuda al sentir, aunque sea un sentir contenido, propio del carácter meseteño del pueblo, poco dado a las exteriorizaciones, plasticidad conseguida por la conjunción de la noche con el sonido de los pies de los costaleros arrastrándose por el suelo que rompe el silencio y el patetismo de la propia imagen del Cautivo, o el acto de la salida de la Soledad de su ermita en el convento, incorporado creo que con mucha con fortuna a nuestra Semana Santa, y la propia imagen de la Virgen en su carroza, con su mano negro y rodeada de velas encendidas.
Se pueden citar, qué duda cabe, otros momentos de intensidad emotiva  y de no menos belleza plástica: la imagen del Nazareno recortándose sobre el claroscuro del amanecer calzadeño, “pasión del alba sentida”, que me decía hace poco un buen amigo con alma de poeta; el colorido de los pasos y cofradías de la Santa Cena y de la Esperanza; la alegría del encuentro entre Jesús resucitado y su madre, escenificada tanto como la propia resurrección con el cambio de manto de la Virgen, a la que sin duda ayuda la luz casi siempre generosa del Domingo de Resurrección. Sirvan en cualquier caso los dos momentos arriba señalados de ejemplo sobre esos sentimientos a los que me quiero referir, a la vez que sea una invitación a la reflexión sobre nuestros propios sentimientos personales.
No cabe, sin embargo, quedarse en la mera reflexión, sino que esta debe tener efectos prácticos. Son muchos los motivos que, además de las imágenes de la Semana Santa arriba aludidas en lo que estas representan, la Pasión de Jesús ofrece para ello y en múltiples aspectos. Personalmente y para la ocasión, al hilo del significado de la palabra “cofrade”, miembro de una cofradía o hermandad, es decir, “hermano”, he escogido una de las siete palabras pronunciadas por Jesús en el patíbulo: “¡tengo sed!” Esta frase aparece en el Evangelio según San Juan (19: 28,30), que cuenta como uno de los soldados que  custodiaban a Cristo cogió una esponja, la empapó en vinagre y con una caña se la acercó a los labios para que bebiera. En los otros tres Evangelios no se recogen las palabras de Jesús, pero si el hecho de que le dieran vinagre para beber al tiempo que se burlaban, lo que a su vez no recoge el Evangelio de Juan. Hay que aclarar que por vinagre hay que entender posca, el vino barato, agrio y de mala calidad, que bebían los legionarios romanos. Dos han sido las interpretaciones de estos hechos: una, basada en los Evangelios de Marcos, Lucas y Mateo, que recogen el escarnio y los interpretan como una humillación más infligida a Cristo por los soldados romanos, y otra, basada en el Evangelio de San Juan, que la contempla como un acto de piedad hacia un moribundo, duramente castigado, que padecía sed. Esta sed se ha interpretado también de dos maneras, si bien en este caso en ningún modo excluyentes: en primer lugar como sed física, lógica en quien llevaba muchas horas sin beber, y además, había perdido mucha sangre en medio de horribles sufrimientos y que nos habla del Jesús hombre. En segundo lugar, se ha interpretado como sed espiritual, pronunciando además Cristo las palabras, “¡tengo sed!”, de una manera necesaria, para que así se cumplieran las profecías. Quedémonos aquí con la versión de Juan y en su sentido más material, la que nos habla de unos hombres que, compadecidos por otro hombre que sufre y que padece una necesidad, la intentan paliar y con ella algo de su sufrimiento.
A ninguno o a casi ninguno (según la edad), de los que estamos aquí se nos escapa que la avaricia de unos cuantos nos ha llevado a que en algunos países, entre ellos España, estemos viviendo una situación económica de crisis profunda, con altas tasas de desempleo. Desgraciadamente el pueblo de Calzada no es una excepción, con una elevada proporción de su población activa que se dedicaba a la actividad de la construcción, especialmente golpeada en esta crisis, y con una casi nula presencia de otras actividades económicas que pudieran proporcionar algún tipo de alternativa, hecho agravado seguramente aunque lo desconozco en detalle, por el nivel de formación de la mayoría las personas que sufren el problema del paro, que les dificulta hallar otras salidas, mientras que a los mejor formados, y probablemente más jóvenes, no les quedará otra salida que abandonar el pueblo en busca de mejores oportunidades si la crisis se alarga. Una situación de paro prolongado como la que estamos viviendo puede llevar a muchas familias calzadeñas con escasos o casi nulos recursos económicos a pasar serias necesidades, incluso a no cubrir las más básicas, a sufrir en definitiva. A buen seguro que muchas de las oraciones que se dirijan a las imágenes de Cristo y de la Virgen durante la Semana Santa irán encaminadas en este sentido.
Pues bien, si aquellos soldados que estaban al píe de la Cruz fueron capaces de compadecerse de un hombre condenado, que no conocían y que a buen seguro les era indiferente, y aliviar su sufrimiento, nosotros debemos ser capaces también y estar dispuestos, según las posibilidades de cada uno, bien de manera personal, bien a través de las distintas instituciones y organizaciones civiles y eclesiásticas que se ocupan de la cuestión, de ayudar a paliar el sufrimiento de aquellos que sufren por padecer necesidades, que son nuestros paisanos, que conocemos y queremos. Acordémonos de ellos esta Semana Santa y después. Aunque me consta que ya se hacen esfuerzos en este sentido, no está de más una exhortación a que esto sea un esfuerzo constante,  a que no se quede en un hecho meramente puntual. Hagámoslo por piedad, por caridad y por solidaridad, concepto este último incorporado al pensamiento cristiano de la mano de Louis Joseph Lebret y Emmanuel Mounier en la década de 1930, derivando su significado hacia lo que podemos considerar el centro sobre el que gravita la ética cristiana al emplearse como sinónimo de “fraternidad” o hermandad de todos los seres humanos. Este concepto se plasmó doctrinalmente en la encíclica Solicitudo Rei Socialis, de 30 de diciembre de 1987, que nos invita a incrementar nuestra sensibilidad hacia los demás, especialmente hacia quienes sufren. Pero, como expresa la encíclica, más allá del sentimiento, la solidaridad es “la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común” hasta conseguir un orden social justo, vasto empeño que sin duda debe comenzar por los que tenemos más cerca.
Recordad a este respecto el mandamiento, extraído de la Ley judía y traspasado a la nueva ley, dado en la parábola del Buen Samaritano: “Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”, y su doble significado de amor al prójimo y de manifestación de la fe a través de las obras. Recordad, también, que como se expresa en la parábola, es necesario para alcanzar la vida eterna.
Precisamente esto nos lleva a la tercera de las Siete Palabras, es decir, a otra de las frases pronunciadas por Jesús en la cruz: “Madre… he ahí tu hijo…, hijo, he ahí tu madre, que aparece en el Evangelio según San Juan (10: 26-27). Jesús, cumpliendo con un deber filial, recomienda a su discípulo preferido el cuidado de su madre, que quedaba sola. En su sentido ético y social, esta frase se interpreta como la necesidad de amar y atender a nuestro prójimo, pero comenzando con los que tenemos más cerca.
Que con el paso del tiempo, cuando todo esto no sea más que un mal recuerdo (que ojalá sea cuanto antes), volvamos la vista atrás y nos podamos sentir orgullosos, al menos del esfuerzo realizado.
Hasta ahora hemos hablado de historia, cultura, tradiciones, sentimientos y religión. No se acaban sin embargo aquí los aspectos del fenómeno complejo que es nuestra Semana Santa. Aún cabe tratar los aspectos económicos y festivos, lo que haré, aunque de forma muy breve, simplemente para señalar su importancia.
Es evidente el aumento de población del pueblo durante las fiestas de la Semana Santa. A la población habitual que, crisis económica aparte, permanece en el lugar dada la poca inclinación de los calzadeños por salir fuera durante estas fiestas, prefiriendo pasarlas en su pueblo, se une una gran afluencia de personas: unos que viven fuera y regresan a la localidad a pasar las fiestas, otros que son invitados por sus amigos calzadeños y otros que  la visitan para ver sus procesiones o para, jugar a la caras el día de Viernes Santo. Muchos de estos visitantes se alojan, comen y beben en los establecimientos hosteleros de Calzada y compran en sus tiendas, constituyendo una importante fuente de ingresos para el pueblo.  
En cuanto a los aspectos festivos poco puedo decir que no se pueda ver durante esos días. La alegre predisposición previa; el reencuentro con los familiares, amigos y conocidos; el bullicio de las calles hasta horas tardías; el campo del Sábado Santo; los charcos… En ocasiones traje a amigos al pueblo a pasar la Semana Santa; otras veces han sido mis sobrinos los que han traído a los suyos; y también amigos de aquí que han traído a otros amigos de fuera. Todos han coincidido en dos cosas: en que la Semana Santa de Calzada es muy bonita y en que también, es muy divertida.
 Debemos cuidar al máximo, como así se hace, de todos y cada uno de los aspectos de nuestra Semana Santa, pues en la medida de cada uno todos son importantes por distintos motivos. Hagamos, con el esfuerzo de todos, que esta sea la mejor Semana Santa de todas las que se han celebrado a lo largo de la historia de Calzada, por lo menos hasta la del año que viene.

     No me queda ya sino agradeceros vuestra paciente atención y acabar diciendo: ¡Viva Calzada!, y ¡Viva su Semana Santa!

    Muchas gracias.   

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